Los cursos de reanimación cardiopulmonar duplicaron su
matrícula este año. Y la venta de equipos de descargas eléctricas aumentó un 50
por ciento. La sucesión de muertes de algunos deportistas y famosos potencia
este fenómeno.
Es injusto morir al final de una carrera, después de
sentirse el superhombre que cruzó la meta. O en la alegría de un asado. Una
máquina cerca, o por lo menos una persona entrenada en emergencias, puede
obligar al corazón a seguir bombeando. Y salvar así una vida. Con esa
expectativa, este año se duplicó la cantidad de gente que toma cursos de
primeros auxilios y reanimación cardiopulmonar (RCP). Al mismo tiempo, en las
empresas que comercializan desfibriladores aseguran que sus ventas crecieron un
50% en comparación con 2013.
Como pasa en otros rubros, como el de la seguridad, la
prevención y el miedo a sufrir un episodio potencian el mercado. “Siempre que
sufre muerte súbita un famoso, crecen las consultas”, explicaron en una Pyme
que vende desfibriladores, esos aparatitos que sirven para aplicar electroshock
y devolverle el ritmo normal al corazón.
El último caso, que volvió a poner el tema en foco, ocurrió
el lunes pasado. Manuel Ignacio López Pujato, un joven de 26 años, murió
haciendo crossfit en un gimnasio de Recoleta. Enseguida se disparó el debate:
si tenía acceso inmediato al desfibrilador, quizás se hubiera salvado. Las
descargas eléctricas de ese aparato se aplican para revertir la fibrilación
ventricular, la causa más frecuente de los infartos y otras complicaciones
cardíacas, como la muerte súbita.
“Solamente hasta junio dimos cursos para 1.500 alumnos; en
2013 habíamos capacitado a 1.200 personas en todo el año. Estamos seguros de
que vamos a duplicar los alumnos del año pasado”, le dijo a Clarín Diego
Pereya, médico y director del centro de capacitación Medivac, que dicta clases
de Reanimación Cardiopulmonar (RCP) en empresas y organismos públicos. Los
cursos , de un día, duran entre cuatro y seis horas.
A pesar de las dificultades para hacer importaciones, el
mercado de desfibriladores también crece. En la firma Reanimar, Julieta
Cartocio, una de las propietarias, explicó: “De enero a diciembre del año
pasado vendimos 20 desfibriladores de la marca alemana Primedic y ahora, cuando
todavía faltan varios meses para terminar el ejercicio, ya llevamos instalados
32”. Raúl Sánchez, gerente de la empresa Prentech, amplió: “El mercado
argentino importa unos 2.000 desfibriladores de distintas marcas por año. Según
el nivel de demanda, nosotros creemos que vamos a instalar un 50% más este
año”.
La “cardioprotección” parece casi una moda, vinculada a la
obsesión por la salud y al auge de deportes de alta exigencia. Pero las
estadísticas del Ministerio de Salud y la Fundación Cardiológica Argentina
(FCA) ponen de relieve su importancia. En el país hay 30 mil casos de muerte
súbita al año, de los cuáles sólo llegan con vida al hospital el 5%. Muchas personas
podrían salvar su vida si tuvieran un desfibrilador en los primeros 5 minutos
de la urgencia. Pero las ambulancias demoran al menos 15 minutos. Según la
American Hearth Association (la sociedad de cardiólogos de Estados Unidos) los
pacientes que sufren una fibrilación ventricular pierden un 10% de chances de
sobrevivir por cada minuto desaprovechado.
Por eso, hay clientes con diferencias bien marcadas: desde
colegios privados como el Susini de Flores o el Virgen Niña –donde murió un
adolescente por una complicación cardíaca hace tres años–, pasando por
organismos públicos como la AFIP o la Corte Suprema, que ya tienen
equipamiento, hasta estadios “cardioprotegidos” con desfibrilador, como el de
Boca.
La tendencia también llegó a los barrios cerrados. Se
entiende: algunos quedan lejos y el auxilio inmediato puede demorar. En Campos
de Roca, en Brandsen, instalaron el desfibrilador hace pocas semanas. Algunas
ART ofrecen una tarifa más baja a las empresas que instalen un desfibrilador en
su edificio.
Pero, aún así, en el rubro creen que todavía falta más
conciencia. “Hay gente que ve a los desfibriladores como un gasto y no como una
inversión; les duele colgar 22 mil pesos de una pared”, dice Cartocio. Según la
marca, los aparatos pueden salir hasta 30 mil pesos.
Fuente: Clarín