Es un trastorno que impide leer en forma fluida y genera
fracaso escolar. La iniciativa obliga a obras sociales y prepagas a cubrir los
tratamientos. Sólo el diagnóstico cuesta $4.000.
Él sentía que las letras bailaban sobre el renglón: Santiago
estaba en 2° grado y no leía ni escribía. Ni siquiera podía armar sílabas. En
su escuela habían bajado los brazos; le pedían a la familia un certificado de
discapacidad, exigían derivarlo a una escuela especial. Hasta que, en julio de
2° grado, la psicopedagoga que lo venía acompañando llegó a un diagnóstico:
dislexia. A partir de esa respuesta, Santiago empezó un tratamiento
psicopedagógico para trabajar la conciencia fonológica, es decir, la capacidad
de reconocer y asociar fonemas (sonidos) y grafemas (letras). Cuatro meses
después, en octubre, ya era capaz de leer de manera fluida. En séptimo grado fue
abanderado.
La dislexia es el trastorno del aprendizaje más frecuente.
Distintas investigaciones en Estados Unidos y Europa señalan que afecta a entre
el 5 y 10% de la población. En la mayoría de las aulas argentinas hay por lo
menos un alumno disléxico, un trastorno definido por las neurociencias como
“neurobiológico” y hereditario, que impide que los chicos aprendan a leer de
forma fluida y precisa. En la comisión de Educación de Diputados se está
discutiendo un proyecto de Ley sobre Dificultades Específicas del Aprendizaje
que ya tiene media sanción del Senado, y que garantizaría que el tratamiento
sea incluido en el Plan Médico Obligatorio.
Los síntomas más comunes son omisiones, inversiones,
sustituciones o adiciones de letras en la lectura o escritura; también faltas
de ortografía en palabras frecuentes. El proyecto de ley, presentado por la
senadora María Laura Leguizamón (FPV), prevé que estos alumnos reciban un
“abordaje integral e interdisciplinario”, exige una “detección temprana de las
necesidades educativas” de los chicos y establece un sistema de capacitación
para que los docentes sepan cómo adaptar la currícula para ellos. También
determina que las obras sociales y prepagas cubran los tratamientos: el
diagnóstico requiere varias consultas con psicopedagogos y fonoaudiólogos, y
cuesta un promedio de 4000 pesos.
“La ley da un marco para que la escuela trabaje con estos
alumnos y no diga 'yo no puedo'. Busca garantizar que se hagan las adaptaciones
necesarias para que los chicos no se caigan del sistema”, explicó a Clarín
Florencia Salvarezza, directora Instituto de Neurociencias y Educación de
INECO, quien defendió la norma ante los asesores de la comisión de Educación en
Diputados, junto con Silvia Panighini (jefa de Psiquiatría Infantil en FLENI),
Hugo Arroyo (jefe del servicio de Neurología del Hospital Garrahan hasta este
año) y Gustavo Abichacra, pediatra y presidente de Disfam (Dislexia y Familia),
la organización que impulsa el proyecto. La ley también tiene el apoyo de la
Asociación Argentina de Logopedia, Foniatría y Audiología y la Sociedad
Argentina de Pediatría.
“Los estudios científicos indican que, si se les enseña de
modo sistemático, los chicos aprenden a leer en entre 4 y 6 meses. En 1° grado,
la mayoría 'hace clic' en agosto. Hay un 10% que no puede: habitualmente tienen
familiares disléxicos”, asegura Salvarezza. Y agrega: “Las investigaciones a
base de imágenes cerebrales encontraron que, al leer, se activan distintas
zonas del cerebro en los chicos disléxicos y en quienes no lo son”. Salvarezza
enfatiza que este trastorno tiene un "fuerte componente genético” y que
hay “cuatro genes identificados": los que controlan la migración neuronal,
proceso crucial en el desarrollo del cerebro durante el embarazo.
Algunas voces, sobre todo desde el psicoanálisis, argumentan
que la “dislexia” se utiliza como una etiqueta que estigmatiza a los chicos
(ver aparte). “El niño que tiene dislexia y no cuenta con un diagnóstico recibe
otras etiquetas: los tildan de vagos; ellos mismos empiezan a sentir que no les
da la cabeza. Esos son los verdaderos estigmas”, plantea Gustavo Abichacra, y
subraya que “es fundamental la detección temprana, a los 3 o 4 años”. Desde
Disfam y otras organizaciones impulsaron normas para que las escuelas se
adapten a la dislexia en provincia de Buenos Aires (donde rige una resolución
desde 2013) y en Neuquén (allí acaba de aprobarse una ley provincial).
La doctora en Psicopedagogía Rufina Pearson sostiene que
estas normas implican un avance “para la inclusión de chicos que día a día
realizan un esfuerzo enorme por llegar al nivel de la clase, son tratados como
poco inteligentes y denigrados en su autoestima, cuando en realidad son
brillantes o 'normales' en otras áreas no valoradas al evaluar los procesos de
aprendizaje, como la oralidad, la creatividad y la expresión artística”. Para
Pearson es clave ajustar los métodos de evaluación: “Las escuelas se están
perdiendo del gran aporte que significa tener alumnos creativos, por el simple
hecho de que las evaluaciones se focalizan en el proceso de lectoescritura”.
"Con el tratamiento, aprendí a leer en 4 meses”
“Santi no lograba leer ni escribir. Volvía de la escuela y
decía: Yo no sirvo para nada”, recuerda Marcela Torti. A su hijo le
diagnosticaron dislexia en 2° grado, tras un par de años de consultas. Con el
tratamiento, aprendió a leer en 4 meses. “Yo pedía adaptaciones curriculares en
la escuela, me respondían: ‘Claro, la madre quiere que le faciliten todo’. Hay
mucho desconocimiento; la ley va a impulsar la capacitación docente”, se
entusiasma. Cuenta que, aunque todo se encaminó cuando Santiago cambió de
colegio, empezó la secundaria y volvió a toparse con la reticencia de muchos
profesores. “Necesitamos la ley para que el tratamiento sea gratuito y accedan
todos los chicos, no solo los que pueden pagarlo”.
Un trastorno que genera polémica
Mientras se discute el proyecto de ley, algunos expertos
advirtieron sobre una posible “patologización de la infancia”. “La palabra
dislexia, de uso muy antiguo, describe ciertas alteraciones en la
lectoescritura que no necesariamente indican un problema”, plantea Gabriela
Dueñas, doctora en Psicología. Para Dueñas, “es normal que algunos chicos
escriban en espejo u omitan letras; son dificultades propias del proceso de alfabetización”.
La experta sostiene que “no existe un trastorno neurológico de base. No hay que
recurrir a tratamientos de reeducación sino escuchar al niño, que él pueda
expresar lo que le pasa, porque esas dificultades pueden ser síntomas de otras
problemáticas, escolares o emocionales”.
Florencia Salvarezza, directora del departamento de Lenguaje
de INECO, responde: “La dislexia existe; esto no se discute en ninguna parte
del mundo. Lo avala un corpus científico muy importante, desde los años 80;
muchos países tienen asociaciones científicas de dislexia. Hay una diferencia
fundamental entre ciencia y opinión: es oscurantista cuestionar la existencia
de este trastorno”.
Fuente: Clarín