La salud ambiental está relacionada con todos los factores
físicos, químicos y biológicos, externos de una persona, y se basa en la
prevención de las enfermedades y en la creación de ambientes propicios y
saludables. El avance de la tecnología en las sociedades modernas trajo como
contrapartida innumerables patologías con alta carga de incidencia ambiental,
según la mirada de muchos estudios de diferentes organizaciones mundiales. La
doctora Lilian Corra es especialista en medio ambiente, presidente de la Interational
Society of Doctors for the Environment y miembro fundador de la Asociación
Argentina de Médicos por el Medio Ambiente. “El paso a una calidad de vida
diferente, gracias a los avances de la ciencia, también trajo un deterioro en
el ambiente y eso es preocupante. Patologías que habían sido superadas vuelven
a aparecer. Son las enfermedades reemergentes. Se creía que todo lo que venía
de la ciencia, tecnología o la industria era seguro pero muchos avances estaban
equivocados”, alerta.
¿Qué avances de la ciencia trajeron perjuicios para la
salud?
El primer gran golpe fue en los ‘70 con el uso de
plaguicidas, especialmente el llamado DDT, que es ampliamente tóxico. En esos
tiempos, se decía que con ese producto se mataban los piojos de los chicos. Algo
que viene pasando desapercibido es la introducción de químicos de síntesis en
nuestra vida diaria. No leemos todos los químicos que hay en una pasta de
dientes, en el champú o en un limpiador. Creemos que alguien se ocupa de que
esos químicos sean inocuos para la salud pero muchas veces no es así. Médicos y
científicos estamos trabajando en la incidencia que tienen en nuestra salud.
Otros problemas que son reales pero no se perciben como graves son ciertas
contaminaciones con arsénico a través del agua corriente. En muchas provincias
se consume agua de pozo y en general hay bajo contenido de arsénico pero la
exposición diaria es crónica y habría que prestarle atención, ver qué medidas
toma cada municipio. Es decir: dentro de los tipos de contaminantes, están los
metales pesados como el mercurio, plomo y arsénico. Después hay que considerar
los químicos sintéticos como los plaguicidas y suavizantes o plastificantes que
se usan para que los envases de alimentos.
¿Qué exposición tenemos a diario ante otro tipo de
contaminantes?
La energía nuclear está dentro de los actores físicos y
sabemos que sus radiaciones son altamente tóxicas. Un ejemplo son las
irradiaciones de las torres de los teléfonos celulares, que también se han ido
modificando y mejorando porque la OMG hablaba de posibles efectos cancerígenos.
Por eso, la recomendación es no usar el celular pegado a la oreja sino con
auriculares, ni guardarlo cerca de la zona genital ni cerca de un marcapasos
del corazón ni dormir con el aparato en la mesa de luz. Además, los niños no
deben usar celular. Se trata de tomar precauciones.
El año pasado la Organización Mundial para la Salud difundió
un informe que advierte que el 24% de las causas de las enfermedades son
ambientales y en los niños crece al 36%. ¿Esto es así?
Exactamente. Porque no hay enfermedades ambientales sino una
carga ambiental en la enfermedad. Significa que esos porcentajes pudieron haber
sido evitados en cualquier enfermedad y eso es lo grave. La OMS advierte que si
mejoramos la calidad ambiental, vamos a reducir mucho la enfermedad y la muerte
y obviamente el gasto en salud. Para nosotros, los médicos, es un doble
compromiso: uno no puede recibir y curar a un paciente y devolverlo al mismo
ambiente que le creó la enfermedad. La pobreza, la falta de recursos económicos
y educativos hacen que esas comunidades estén más expuestas a factores
ambientales. Pero eso no significa que otras sectores de mejor posición socio
económica no se vean afectados.
¿Cómo ve puntualmente lo que pasa en nuestro país con esta
temática? ¿Quién nos cuida?
Argentina tiene una deuda con el diagnóstico de calidad de
aire, por citar un ejemplo. Hemos tenido varios intentos pero no fueron
exitosos. Según la OMS, la calidad del aire es la principal causa de enfermedad
y muerte, no sólo a través de enfermedades respiratorias sino cardiovasculares.
El polo petroquímico de Dock Sud, en ese sentido, es una deuda que tiene que
resolverse, con emisiones de varios contaminantes. El otro tema grave son los
plaguicidas, porque falta un plan de acción concreto. Pero la carga de la
responsabilidad no está en el Gobierno sino también en los otros sectores que
deben acompañar al Estado, porque son temas muy complejos. Somos un país en
vías de desarrollo en este sentido. Un país muy rico en leyes y normativas en
salud ambiental pero nos falta la implementación del control y la regulación de
las mismas, y también difundirlas. Nos falta que la gente entienda por qué debe
cumplir la ley.
¿Hay información necesaria para que la gente sepa cómo
contribuir al mundo en el que vive y, a su vez, evitar contaminarse para no
enfermarse?
Todos los ciudadanos tenemos responsabilidades pero si el
tema es que yo cumplo sólo si me están mirando, tiene graves consecuencias
sobre la salud, porque somos nosotros los que definimos el mundo en que
queremos vivir. Si en mi casa, no clasifico los residuos y no cuido la luz, no
puedo salir a la calle y protestar por lo que no hace el Estado. La gente no
sabe pero tampoco quiere saber. Eso no quiere decir que el Estado no deba
controlar.
Lilian Corra es médica recibida en la UBA, con posgrado en
Harvard, es también investigadora, docente y consultora, con especialidad en
salud y ambiente. Presidenta de la International Society of Doctors for the
Environment, con sede en Ginebra, es miembro fundador de la Asociación
Argentina de Médicos por el Medio Ambiente. Dirige la carrera de médico con
especialidad en salud y ambiente en la Facultad de Medicina de la UBA y es la
directora de la Maestría en Comunicación e información en temas de salud y
ambiente.
Fuente: Clarín