La psicóloga analiza las consecuencias en salud mental de
esta situación inédita a nivel mundial, pandemia y aislamiento mediante. Desde
una primera etapa de sobreadaptación, pasando por los sentimientos de duelo,
agotamiento, enojo y frustración. Y el preocupante surgimiento de la negación o
naturalización del riesgo, reforzado en mensajes mediáticos en contra de las
políticas públicas de cuidado. Advierte, además, que es necesario pensar en
términos de sentimientos y malestares, antes que en patologías. Y que
"buena parte de la comunicación de los medios ha sido deteriorante de la
salud mental".
Hace unas semanas el Ministerio de Salud de la Nación amplió
la convocatoria a otros profesionales de la salud para sumar perspectivas y
disciplinas y así contemplar un paquete integral de medidas frente a la
pandemia del coronavirus. Entre ellos, Alicia Stolkiner fue convocada por su
larga trayectoria de trabajo e investigación en salud pública y salud mental y
por su experiencia en trabajo con poblaciones en situaciones de tensión
colectiva o catástrofes. A propósito de cierta percepción respecto de que la
salud mental no estuvo entre las preocupaciones desde un comienzo, su
intervención pública, aclara, tuvo lugar “antes de cumplido el primer mes de
iniciado el aislamiento, más allá de cierta idea, errónea, de que el gobierno
no tiene en cuenta la salud mental”. Stolkiner es licenciada en Psicología,
especializada en Salud Pública con orientación en Salud Mental. Es doctora
Honoris Causa de la Universidad Autónoma de Entre Ríos y profesora titular de
Salud Pública y Salud Mental de la Facultad de Psicología de la Universidad de
Buenos Aires.
-¿Qué está notando en términos de salud mental en la
sociedad en general?
-Antes que nada es necesario advertir que ya llevamos
bastante tiempo de transformación de nuestras vidas y rutinas cotidianas. En un
primer momento hubo una cierta sensación de euforia, de sobreadaptarse a la
situación. Desde hace un tiempo a esta parte empezó una segunda etapa marcada
por la aparición de gestos o situaciones de agotamiento o percepción de
distintas emociones. También, de sentimientos de enojo. No utilizo categorías
psicopatológicas para hablar de las problemáticas y de los sufrimientos subjetivos
de esta pandemia. En principio, porque para hacer un diagnóstico
psicopatológico se necesitan herramientas que no conviene usar en estudios
poblacionales porque no están adecuadas a este contexto. Entonces prefiero
hablar de posiciones, sufrimientos, sentimientos, malestares. Durante el primer
periodo, cuando hice la primera intervención en el informe diario del
Ministerio de Salud de la Nación, trabajé básicamente con algunas categorías
que tomé de mi tarea en otras situaciones de emergencia, crisis, o de
catástrofes sociales, contemplando también lo global de la situación y el
problema inédito del contacto de los cuerpos. A diferencia de lo que pueden ser
otras situaciones en las que ya había trabajado, acá se nos planteó un límite
al contacto y a la circulación de los cuerpos.
-¿Qué observa respecto del sufrimiento psíquico asociado al
contexto?
-Empecé a trabajar pivoteando con algunas categorías
relacionadas con el sufrimiento psíquico. Una de estas categorías es la de
duelo, en el sentido de enfrentar una pérdida irreparable. El duelo se
relaciona tanto con la pérdida de proyectos personales puntuales como con la
forma de vernos a nosotros mismos en el futuro; en un futuro totalmente
incierto. De ahí deviene un segundo elemento, que es la cuestión de la
incertidumbre, la caída de la certeza. Mejor dicho, la caída de la ilusión de
certeza. Porque nosotros planeamos el futuro sin tener del todo presente que
ese futuro siempre tiene un nivel de incerteza importante. Estos sentimientos
de duelo, de pérdida, de incertidumbre, producen cuadros de mucha tristeza.
-¿Qué manifestaciones de malestar psíquico aumentaron con el
avance del aislamiento?
-Se observan manifestaciones diversas, como las dificultades
en el sueño, el mal dormir, las alteraciones del tiempo, las modificaciones de
las relaciones interpersonales, situaciones derivadas de la readaptación de los
vínculos en los grupos familiares, la convivencia, el uso de los espacios del
hogar. Todo esto, en una primera etapa, produjo un esfuerzo adaptativo notable.
Ahí comencé a trabajar con la categoría adaptación, tomando metafóricamente la
idea piagetiana de adaptación como un doble movimiento, como una banda de
Moebius, que implica simultáneamente acomodarse a la situación y a la vez
asimilar y transformarla para adecuarla a lo que uno necesita. Este doble
movimiento de acomodación y asimilación es diferente según las edades, las
personas, los distintos momentos de la vida. Pero lo que es cierto es que en
una primera etapa se vio un importante esfuerzo adaptativo y esto se
manifestaba básicamente en que todo el mundo se sentía cansado.
-Además, de alguna manera, las rutinas diarias mantienen
ciertas angustias contenidas.
-Absolutamente. También incorporé como elemento de análisis
la ruptura abismal de las prácticas de la vida cotidiana. La vida diaria y las
rutinas cotidianas tienen componentes placenteros y displacenteros que nos
permiten evitar algunos niveles de angustia. Por ejemplo, la angustia ante la
posibilidad de la muerte. Para algunos el aislamiento significó la suspensión
de actividades; hubo quienes quedaron atrapados en una lucha inmediata por la
subsistencia o con agravamiento de situaciones ya precarias; y otros que se
vieron sobreexigidos por tareas combinadas de hogar y trabajo. Y en muchos
casos apareció un incremento de la angustia y la tristeza, muy vinculada con
una mayor “intimidad” consigo mismos en momentos de atravesar, como dije, un
duelo.
-¿Cuál es el impacto psicológico de la cuarentena y la
pandemia en los distintos segmentos de la población?
-No se puede analizar el impacto psicológico de la
cuarentena sin analizar el de la pandemia. Los niños y adolescentes son dos
grupos particularmente afectados, aunque quizás no sean los que peor la están
pasando desde un punto de vista psicológico. Algunos niños demostraron
conductas regresivas. Hubo quienes quedaron fuera de la brecha digital por
generación o condición social y eso agudizó el aislamiento. Por otra parte, la
cuestión de la incertidumbre toca a una población que ya venía con un nivel de
incertidumbre y de estrés económico muy importante. Con la pandemia muchos de
estos problemas económicos y de empleo se profundizaron. En el personal médico
y de la salud se observa un profundo estrés laboral. Creo que quienes tratan de
hacer sus vidas “normales” previas exponiéndose al riesgo niegan el esfuerzo y
padecimiento de los trabajadores de la salud. Todos atravesamos momentos de
tristeza o de enojo, una cierta cólera contenida que, por otro lado, se convoca
permanentemente desde algunos medios.
-A mediados de agosto Alberto Fernández la sumó a la mesa de
expertos. ¿Qué recomendaciones realizó?
-Creo que lo más novedoso que se introdujo en una de las
últimas reuniones con el Presidente fue abordar la problemática del personal de
la salud, en términos de salud mental, vinculada al cansancio y a la necesidad
de que reciban un cuidado mayor. También abordamos la cuestión del
acompañamiento para los pacientes terminales con covid-19, uno de los puntos
más álgidos y más difíciles de resolver. Era imposible solucionar esto último
antes, porque para eso se necesita un nivel de equipamiento que no teníamos y
que ahora sí tenemos. También se planteó el problema de las modificaciones en
las conductas colectivas por mecanismos de negación o naturalización del riesgo
que debían contemplarse. Frente a ello, el amplio sector que se cuida
necesitaría más información sobre indicaciones concretas que no se reduzcan a
quedarse en casa, usar barbijo, mantener la distancia o sanitizar lo que se
toca.
-Si la angustia y el agotamiento son lógicos en estos
momentos, ¿no cree que hubiese sido necesaria una mayor comunicación y
presencia de especialistas en salud mental más temprano?
-El Gobierno convocó enseguida a especialistas en salud
mental. Mi primera intervención pública fue antes de cumplido el primer mes de
iniciado el aislamiento. Se construyó cierta idea de que no se tuvo en cuenta
la salud mental. Es erróneo, porque de hecho la Dirección Nacional de Salud
Mental convocó a una mesa específica de expertos. Puede ser que haya primado
ante la emergencia en la acción un enfoque fuertemente biomédico, pero en mi
caso la dirección me llamó prácticamente al mismo tiempo. En esto, creo que
buena parte de la comunicación de los medios ha sido deteriorante de la salud
mental.
-¿Qué le preocupa hoy, en términos de salud mental?
-En los últimos tiempos me empezaron a preocupar ciertos
mecanismos de renegación y negación de aquellos que creen que el coronavirus no
existe, que no es grave o que no les va a afectar. También me preocupa mucho la
naturalización del riesgo. Las personas que niegan el riesgo o comienzan a
naturalizarlo incurren en conductas que las ponen en riesgo a ellas y a
terceros. Esta naturalización del riesgo es una incorporación de ese riesgo en
la vida cotidiana. No podemos estar sometiendo al personal de salud a lo que
está viviendo. No hay otra opción que pensar en términos de cuidados
colectivos. También me preocupan otras problemáticas que se han agudizado, como
aquellas vinculadas con la violencia de género y la violencia y el abuso infantil,
a las que si bien se trató de dar respuesta, no necesariamente ha sido
suficiente. Y me preocupa mucho, también, el fenómeno de acciones y fenómenos
sociales irracionales.
-¿Por ejemplo?
-Pienso en las marchas “por la libertad” y contra “la tiranía
de Ángela Merkel” en Alemania convocadas por neonazis, por ejemplo, o las
manifestaciones contra el barbijo en España. Si bien son capturadas con
objetivos políticos, mueven subjetividades profundamente afectadas por la
catástrofe global. Creo que acá tenemos varios países en uno. Hay una mayoría
casi invisibilizada por los medios que tiene conductas de cuidado en mayor o
menor medida según sus posibilidades; hay un sector que afloja y las descarta
porque piensa que no le va a pasar enfermarse, y hay unos pocos salidos de sí
que queman barbijos en el Obelisco. El problema es que luego lo que se repica y
se machaca es ese acto insignificante en cuanto a cantidad de personas.
Mientras tanto, hay fuerzas subterráneas necropolíticas defendiendo sus intereses.
-¿Cuáles son las medidas orientadas a paliar los efectos de
esta coyuntura en la salud mental?
-Todo lo que se vincula con redes sociales de contención son
medidas que tienen en cuenta la salud mental: el Ingreso Familiar de
Emergencia, la construcción de los comedores, los equipos de psicólogos que
trabajan en territorio, entre otras. La salud mental no depende exclusivamente
de la acción de los agentes de salud mental. Hay un factor protector que tiene
que ver con políticas de Estado, con políticas que formen red para la
catástrofe que estamos atravesando. Eso no significa que no haya que brindar
escuchas y cuidados específicos.
-¿Qué política pública habría que impulsar o reforzar más
que nunca?
-Todo lo que sea aproximación al trabajo en territorio en
red, y en la integración del sistema de salud mental en todo el sistema de
salud. También es necesario empezar y continuar con todas las políticas de
descentralización de las grandes instituciones manicomiales. Si hay algo que
está planteado como indispensable en este momento, como política de salud
mental, es recuperar la comisión interministerial de salud mental que es donde
se acuerdan las políticas. Salud mental no es solamente brindar asistencia o
dar medicación psiquiátrica. Salud mental implica una atención integral
pensando en un marco que contempla desde la cuestión de vivienda específica, la
cuestión de derechos, acceso a documentación, acceso a trabajo, entre muchas
otras cuestiones. Hay que ir preparando, además, para acompañar los procesos de
rearmado de la vida cotidiana en la medida en que se vaya reconstruyendo a
partir de la pandemia.
-Mencionó la aparición de conductas regresivas en niños y
niñas. ¿De qué manera sugiere que las familias aborden estas situaciones?
-No soy muy afecta a recomendaciones generales para
situaciones singulares. Creo que, afortunadamente, los padres y las madres
suelen ser suficientemente eficaces. Obviamente excluyo de esto a las familias
donde hay situaciones de maltrato emocional o físico, y aquellas en donde falta
un soporte básico de condiciones de vida como para poder amparar adecuadamente
a sus hijos del desamparo que ellos mismos padecen. De todos modos aconsejaría
algunas cosas: no sobreexigirse en el cuidado, tratar de habilitar para niños
en edad escolar y adolescentes la posibilidad de tener sus momentos de
intimidad, y si es necesario de aislamiento. Preservarlos en lo posible de la
información abusiva y/o distorsionada. Y fundamentalmente ampliar las
posibilidades de diálogo y de escucha con respecto a sus malestares. Si lo
consideran necesario hay vías de consulta a las que se puede acceder
especialmente para los sectores medios urbanos. También les aconsejaría que no
se desesperen si los niños manifiestan algunas tristezas, nostalgias o dolores.
Podemos acompañarlos y consolarlos, pero deben sentir que los adultos soportan
que ellos manifiesten estos malestares. Lo mismo si preguntan por temas
dolorosos como la enfermedad y la muerte.
-A partir de las lecciones que deja el abordaje de los
efectos psicológicos de la pandemia y el aislamiento en el campo de la salud
mental, ¿imagina cambios en las prácticas de esta disciplina?
-Definitivamente creo que debe haber cambios en las
prácticas de salud mental. Algunos serán la continuidad de cambios planteados y
promovidos por la Ley Nacional de Salud Mental como herramienta: actuar usando
la categoría de sufrimiento psíquico, que es más amplia que la reducción a
nosografías psicopatológicas. Aunque estas últimas no dejan de ser herramientas
para la clínica, espero aprendamos que no se puede reducir todo padecimiento
psíquico a ellas, sino que es necesario contemplar las múltiples dimensiones
que confluyen. También creo que sería esperable una mayor integración de las
prácticas en salud mental en las acciones generales de salud, una revisión del
reduccionismo biológico y del hospitalocentrismo de nuestros modelos de
asistencia. Pero básicamente sería deseable que se repiensen globalmente los
procesos de atención en salud a partir de una experiencia mundial que puso en
escena las falencias de los procesos de subordinación de la salud a las lógicas
de mercado. La vigencia de derechos -entre ellos, el derecho a la salud- es un
componente esencial de la salud mental. Puedo imaginar todo eso, el tema es que
cuando uno imagina un futuro esperable, tiene que trabajar y bregar para que,
además, sea posible. Y eso depende de acciones y voluntades concretas.
Fuente: Página 12