El PCT debía tratarse en el Congreso; sus impulsores
destacan que facilitaría la protección de desarrollos científicos locales, pero
otros afirman que podría encarecer los medicamentos.
Investigadores de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la
UBA crearon un método para medir el estrés crónico, uno de los principales
factores de riesgo de infarto agudo de miocardio, a partir de la cantidad de
cortisol presente en un mechón de cabello. Permite cuantificar un dato que
suele ser subjetivo y solo requiere una muestra de tres centímetros de cabello,
que puede ser analizada con equipamiento convencional en cualquier laboratorio
de análisis clínicos. "Nuestro sistema fue validado y es mucho más
económico que el método de medición actualmente disponible", cuenta la
bioquímica Bibiana Fabre, que lideró la investigación.
El desarrollo fue patentado por la UBA en 2011 en el
Instituto Nacional de la Propiedad Intelectual (INPI), pero por falta de fondos
no se tramitó la patente internacional. "Sería una pena que por no contar
con la protección intelectual se lleven este desarrollo, que nos costó años
lograr aquí en la UBA", advierte.
El caso es solo una muestra de algo que ocurre con
frecuencia en el sistema científico argentino. Arturo Prins, titular de la
Fundación Sales, lo describe como "transferencia ciega de conocimientos".
"Solicitar una patente en el exterior es un trámite
largo y costoso, por eso solo se patenta en los mercados donde se va a explotar
comercialmente", dice Hernán Charreau, consultor en propiedad intelectual
en el estudio Clarke y Modet.
Si patentar un desarrollo científico en la Argentina ya
resulta complejo y suele demorar entre cinco y ocho años desde que se inicia
hasta que se otorga finalmente una protección por 20 años, hacerlo en el
exterior es más complicado y mucho más costoso. La Argentina no forma parte del
Tratado Internacional de Patentes (PCT, por sus siglas en inglés), un acuerdo
firmado por 150 Estados y que permitiría a los innovadores argentinos presentar
una única solicitud, válida para todos los países miembros.
Al no haber ratificado este tratado, los investigadores y
empresas locales deben solicitar protección para sus inventos en cada país (a
un costo de entre US$5000 y US$8000 por presentación), lo cual deriva en una
inversión millonaria. Más aún cuando estos costos deben afrontarse antes de
saber si el desarrollo en cuestión tendrá éxito en el mercado (o si realmente
se plasmará en un producto o servicio vendible).
Desde 1998 se suceden en el Congreso presentaciones de proyectos
de adhesión al PCT. Sus impulsores destacan que ratificar este acuerdo
favorecería el comercio internacional de bienes y servicios intensivos en
conocimiento, en el marco de un eventual acuerdo entre el Mercosur y la Unión
Europea, así como el ingreso de la Argentina a la OCDE.
Durante una reciente jornada sobre PCT y Exportación,
organizada por la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME) y el
INPI, Juan Pablo Tripodi, titular de la Agencia de Inversiones y Comercio
Internacional, destacó que "los servicios basados en conocimiento son el
tercer complejo exportador de la Argentina y ratificar este acuerdo permitiría
aprovechar una oportunidad enorme de exportación de propiedad intelectual,
sobre todo para las pymes y emprendedores".
Sin embargo, el PCT tiene sus detractores. Históricamente,
los laboratorios nacionales, agrupados en Cilfa, se opusieron a este tratado
por considerarlo "una cesión de soberanía en materia de legislación sobre
patentes y desarrollo industrial, que solo favorece a las grandes empresas
multinacionales", según consta en un documento de esa cámara.
También la fundación Grupo Efecto Positivo (GEP), que
promueve el acceso a medicación para VIH y otras enfermedades virales, hizo
saber sus reparos: "El PCT pone en riesgo la salud, porque si la Argentina
adhiriera beneficiaría la presentación de solicitudes de patentes de las
farmacéuticas extranjeras", dice Lorena Di Giano, directora ejecutiva de
la entidad.
"Ese aumento traería importantes barreras de acceso a
medicamentos, porque aumentaría aún más su precio, complicando los presupuestos
públicos, de obras sociales y prepagas, ya que esta medicación se adquiere en
dólares", sostiene Di Giano, y pone como ejemplo que el presupuesto de la
Dirección Nacional de SIDA en 2019 tuvo un recorte del 40% en términos reales
por la devaluación.
En muchos casos, los propios investigadores y
desarrolladores de tecnologías no perciben los beneficios de patentar sus
inventos. "La realidad es que obtener una patente no asegura que un desarrollo
científico llegue al mercado y a la gente", dice Hugo Luján, doctor en
Ciencias Químicas e investigador del Conicet en el Centro de Investigación y
Desarrollo en Inmunología y Enfermedades Infecciosas de Córdoba.
Luján y equipo desarrollaron una innovación que podría
cambiar la historia de la inmunología, desterrando para siempre agujas,
jeringas y pinchazos. Se trata de una plataforma para vacunas orales. Lograron
sortear el principal problema de esta tecnología, que es el hecho de que (salvo
en el caso de la Sabín) se degradan muy rápidamente al llegar al intestino.
Según el investigador, este mismo principio se podría aplicar a todo tipo de
vacunas y medicamentos, como la insulina, que hoy son inyectables.
Estos desarrollos llevaron 20 años. "Pero
lamentablemente el Conicet vendió la patente por US$75.000 a un laboratorio
internacional, que nunca continuó los ensayos para poder comercializar el
producto", se lamenta, y desliza su temor de que ocurra algo similar con
su nueva plataforma.
Un proyecto de adhesión al PCT se presentó este año en la
Comisión de Relaciones Exteriores de Diputados. Sin embargo, el calendario
electoral y otras urgencias (como la ley de emergencia alimentaria), quitaron
tiempo a los legisladores para analizar y expedirse sobre el asunto. El debate
queda abierto y será otro de los tantos temas que deberá resolver la próxima
gestión.
Innovadores
Estrés. Un test en el cabello
Bibiana Fabre desarrolló un estudio de bajo costo para medir
el estrés crónico de los tres meses previos en una pequeña muestra de pelo.
Vacunas. Sin jeringas ni pinchazos
Hugo Luján y equipo crearon una plataforma para desarrollar
vacunas orales que evita que estas se degraden rápidamente al llegar al
intestino.
Fuente: La Nación